Buscando nuestra alma gemela
Buscando nuestra alma gemela
Sea cual sea nuestra edad, nuestra posición social o nuestro entorno, la mayoría acariciamos los mismos sueños. Muchos seguimos guardando en nuestro interior al “Príncipe Encantado” de nuestra infancia. Seguimos buscando nuestra “Bella Durmiente” y queremos, que cuando se despierte, sea nuestra mujer ideal. ¿Existe de verdad nuestra alma gemela? ¿Escogemos libremente a nuestra pareja o nos dejamos llevar por las circunstancias?
Parece un hecho comúnmente aceptado en nuestra sociedad, la necesidad de unirnos sentimentalmente a otra persona. Ahora bien, ¿decidimos la unión o simplemente actuamos por inercia? Supongamos que el hecho de unirnos sea producto de una decisión meditada.
En este caso nos surgen nuevos interrogantes, y sobre todo destaca uno, ¿con quién? Como iremos viendo, la decisión a veces no está sujeta a unos criterios personales establecidos, sino que depende de un cúmulo de circunstancias que nos introducen en el terreno de lo fortuito, de lo casual.
El amor en otras civilizaciones
La búsqueda del amor es universal. Todas las civilizaciones cuentan, a este respecto, con sus propios ritos y costumbres nacidos de una larga tradición. En Oriente, el matrimonio sigue siendo una institución muy arraigada. En la India, por ejemplo, son los padres de la muchacha los que escogen, ya desde la infancia, al pretendiente de ésta, de acuerdo con su casta y su posición social. Si el amor entra en juego, mejor; pero no es un factor esencial. Lo que importa es una boda socialmente adecuada.
En África, el aspecto más deseable del matrimonio suele ser, a menudo, la procreación. Una mujer que no pueda tener hijos pierde todo el encanto y al contrario, si el pretendiente quiere tener alguna posibilidad de conseguir a la mujer que quiere, tiene que estar dispuesto a ceder casi la mitad de su ganado a su futuro suegro. Evidentemente, cuanto más rico sea el pretendiente, más posibilidades tendrá de conseguir a la más bella de las muchachas.
En Grecia, hasta no hace muchos años, son tradicionalmente los padres de la joven los que tienen que ofrecer una dote. Si el padre no tiene más que hijas, es una catástrofe. Se verá totalmente desposeído, arruinado, tras haber dado sus tierras y su casa. La última hija puede llegar a quedarse sin dote y, por lo tanto, sin esperanza de matrimonio.
Si el Oriente permanece apegado a sus tradiciones, no se puede decir lo mismo de los países occidentales. Las costumbres han evolucionado rápidamente durante las últimas décadas. Las tradiciones se difuminan en beneficio de una cierta liberación sexual y espiritual. Aunque las coacciones sociales son todavía muy fuertes y los prejuicios están profundamente arraigados, el amor sigue siendo uno de los pasos fundamentales en la vida de toda persona. Al casarnos lo hacemos con la esperanza de amarnos hasta el fin de nuestros días…
Pero ¿cuáles son los factores que nos influyen, que nos hacen escoger a un ser y no a otro? ¿De quién nos enamoramos?
Prisioneros de nuestro pasado
Según un estudio reciente sobre la influencia parental a la hora de escoger a su pareja, el 17% de los hombres interrogados afirmaron que habían escogido a su compañera porque se parecía físicamente a su madre. Una proporción todavía más alta de hombres afirmaron que la similitud de temperamento entre su madre y su mujer había sido uno de los factores determinantes a la hora de hacer la elección. En el caso de las mujeres, la influencia parental era más o menos la misma. Por el contrario, y dentro del mismo estudio, un 33% de hombres declararon que eran felices precisamente porque sus mujeres eran diferentes de sus madres. Sea cual sea la opinión de las personas encuestadas, hay un hecho claro: los padres tienen una influencia determinante en la elección del futuro cónyuge.
Veamos, por ejemplo, el caso de Pablo. Fue un niño mimado, protegido por sus padres y que antes de abandonar el hogar paterno nunca había tenido ninguna responsabilidad familiar. Cuando conoció a María, fue la inclinación maternal y protectora de ésta lo que le atrajo. Podía recrear la misma situación que en el seno del hogar familiar. Podía salir de su primer cascarón sin peligro, con la seguridad de entrar sin tropiezo en un segundo. Su unión no duró mucho tiempo: Pablo no era más responsable en el seno de la pareja de lo que lo había sido en la casa paterna. María la acabó dejando por un hombre más responsable.
El ambiente es, también, un factor importante. Normalmente, tenderemos a escoger alguien de nuestro medio social, con el mismo nivel de educación, de la misma raza. Nos será, así, más fácil coincidir en las ideas y nuestros gustos se complementarán porque nuestros hábitos y nuestro pasado serán los mismos. De este modo, la pareja que elegimos, suele ser un amigo a quien se ha conocido en una pandilla, un amigo de cualquier otro miembro de la familia o un compañero de clase.
A la búsqueda de la pareja perfecta
Todos tenemos en la cabeza al compañero ideal. Por ejemplo, él será guapo, alto, inteligente, protector. Ella será atractiva, llena de dulzura, madre y mujer fatal al mismo tiempo. Si fuéramos fieles a nuestras fantasías, nos quedaríamos todo solteros. Una persona tan perfecta no existe. Los perfeccionistas, que encuentran defectos por todos lados, están abocados a la soledad. Buscan la perfección absoluta, corren sin descanso tras su sueño. En realidad, el azar juega un papel importante en el descubrimiento del compañero o compañera que nos conviene.
Veamos el caso de Asunción, aunque seguro que todos conocemos casos similares, donde el azar ha jugado un papel decisivo. Asunción iba a dejar su trabajo de secretaria judicial. Tres días antes de que lo dejara hizo su aparición Daniel, quien iba a ocupar el puesto que ella dejaba. Fue un flechazo.
“Si llega a venir un poco más tarde nunca nos hubiéramos encontrado. Todavía estoy asombrada de cómo se dieron las circunstancias para que llegáramos a conocernos. Él tenía un no sé qué de enigmático que me dejó totalmente encantada y, enseguida, desde los primeros contactos, nos gustamos. Después de mi partida, continuamos viéndonos y ahora todavía seguimos juntos”.
Ya se trate de un flechazo, como en el caso de Asunción, o de una elección meditada durante largo tiempo, hay ciertos factores que predominan a la hora de elegir a nuestra pareja. La primera atracción debe ir seguida de una cierta compatibilidad. El carácter original de cada uno debe ser beneficioso para la pareja. Si la atracción es sólo sexual, la relación suele tener pocas posibilidades de durar.
Muchas veces, buscamos un complemento de nuestra propia persona. El protector o la chica muy maternal buscarán a alguien a quien proteger. Un ser más débil que ellos les permitirá valorizarse. Los dominantes buscarán una persona sumisa, fácil de controlar. La atracción puede ser, también, más superficial: una manera de reír, unos ojos tiernos, unas manos finas y largas. Todos estos estímulos (atracción sexual, complementariedad, misma escala de valores), acompañados de un sinfín de emociones más, forman algo que sigue siendo todo un misterio: el amor.
Una búsqueda muy personal
Dicen, con razón, que el amor es ciego. Además, el amor lo transforma todo. Creíamos que sólo nos gustaban los rubios fuertes y atléticos y resulta que nos enamoramos locamente de un moreno bajo y gordito. Pero, es que lo que vemos de maravilloso en alguien y que los otros no siempre ven, se acentúa en gran medida por el amor que sentimos hacia esa persona. ¡Qué divertido es! ¡Qué mañoso! ¡Que gusto tiene ella para vestirse! En cuanto surge el primer desacuerdo, sucede todo lo contrario: ¡Todo lo que me dice, me ataca los nervios! ¡No piensa más que en el coche! ¡Lo que puede llegar a gastarse en ropa esta mujer! En resumen, nuestra visión personal del ser amado viene dictada por nuestros sentimientos.
Cuando estamos buscando nuestra alma gemela siempre solemos proyectar alguna parte de nuestras necesidades emocionales. Queremos que el otro se atreva hacer aquello que nosotros no nos atrevemos a hacer. Es posible, que represente aquello que nosotros siempre hubiéramos deseado ser. Será nuestro ideal, nuestra verdadera alma. Es posible que queramos colmar a alguien para tener así la sensación de ser útiles, deseados. El amor cuenta con muchas facetas e implica muchas exigencias, todas las cuales hay que aprender a reconocer.
Existe la pareja ideal
Todos estamos muy influenciados, a la hora de buscar pareja, por los medios audiovisuales y por la literatura romántica: el amor pasional, dos seres extraordinarios, un contexto digno de las mejores películas.
Es difícil ver claro y resistirse a esta visión idealizada del amor que nos llega a través de los medios de comunicación. En la televisión, los anuncios de productos para la mujer nos muestran unos “machos alfa” que te dejan sin aliento, por supuesto, cuidadosamente escogidos, que no pueden resistir la atracción por el perfume de turno y caen rendidos ante una “hembra” no menos hermosa. Todo esto, contribuye a que se forme en nosotros una imagen del compañero ideal, a la vez romántico e irresistible sexualmente.
Así, pues, lo que nos atrae, en principio, es una imagen. Vemos en el otro un reflejo de nuestra personalidad. La atracción física o sexual viene, además, acompañada de una variedad de emociones complejas. ¿Qué es lo que nos atrae? La respuesta varía de unas personas a otras, pero hay ciertos rasgos comunes a todo el mundo: estos son los estereotipos. A los hombres les atraerá una boca sensual, unas piernas bonitas, un aspecto un poco provocativo. Las mujeres se sentirán atraídas por la seguridad del hombre, su masculinidad, su éxito profesional. Lo cierto es que, en los últimos años, estos estereotipos se han ido transformando. Ahora, hay muchas mujeres que aprecian el que un hombre dé pruebas de sensibilidad, que muestre cualidades que hasta ahora se creían reservadas a las mujeres. Los hombres, por su parte, comienzan a reconocer el valor de una mujer dinámica, capaz de tomar decisiones.
La atracción inicial se irá transformando a medida que las dos personas se van dando a conocer. Indagando en la personalidad del otro, por ejemplo después de una noche pasada juntos, descubriremos poca poco el fondo de la persona admirada. Es posible, que después de indagar, ésta nos resulte menos atractiva. Es posible que el amor vaya creciendo poco a poco. En este último caso, la persona en cuestión pasará de repente a contar con todas las cualidades del mundo. Sin embargo, a pesar de todos los estudios realizados sobre el fenómeno del amor y de la atracción sexual, es imposible generalizar. La expresión es muy bella: enamorarse. Perdemos el control de nuestras emociones, pasamos por toda una variedad de deliciosos suplicios. Es difícil analizar un fenómeno de este tipo: cada persona reacciona de un modo diferente.
Enamorados del amor
El amor es tan viejo como el mundo. Es al mismo tiempo físico y espiritual. Si la pareja no tiene relaciones sexuales, el amor se convierte en una profunda amistad o se va apagando poco a poco. Si la pareja no se comunica más que en un plano sexual, la relación será a menudo vacía y superficial, ya que las dos personas no pueden llegar a desarrollar lazos de unión verdaderamente profundos.
Desde el inicio de la adolescencia, el enamorarnos se convierte en uno de nuestros objetivos vitales fundamentales. Vivimos en una sociedad que gira en torno a la pareja. Es más, se llega a considerar casi como anormal, o al menos sospechoso, el que alguien permanezca demasiado tiempo solo. Así pues, muchas veces el hecho de haber encontrado pareja es tan importante, o más, que la misma pareja.
Pero una vez iniciada, la relación debe ir más lejos. La atracción se hace más profunda y el amor se puede desarrollar de un modo muy diferente según cada circunstancia. En el mejor caso, uno rompe sus barreras psicológicas, se desinhibe y se deja conocer tal y como es. Es la originalidad propia de cada uno lo que atrae a la otra persona. Basta con un poco de delicadeza para mantener el interés del compañero, adaptarse a sus gustos y a sus reacciones.
Algo muy normal es el sentirse atraído por un estereotipo de belleza. Pero es importante reconocerlo y considerar a la pareja por lo que es y no por su imagen o por lo que nos gustaría que fuera.
La atracción sexual, el idilio romántico, la pasión desbordante, todo ello es pasajero. El verdadero amor descansa sobre un entendimiento profundo. Cuando buscamos a nuestra alma gemela, es importante que seamos nosotros mismos, ya que lo que atrae al otro es lo que nosotros proyectamos. Siendo honestos tenemos todas las posibilidades de crear una relación estable que colme nuestra vida.