Esperanza y optimismo: esa fortaleza mental

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Esperanza y optimismo: esa fortaleza mental

Ser o no ser, esa es la cuestión: si es más noble para el alma soportar las flechas y pedradas del áspero destino o armarse contra un mar de adversidades y darles fin en el encuentro”.

Esta es la famosa frase escrita por el escritor William Shakespeare en el acto tres, escena primera de su obra teatral Hamlet. ¿Soportar o enfrentarse a la adversidad? Esto es un drama.

Son ustedes de los que piensan ante un vaso, lleno hasta la mitad de leche, que ¿está medio lleno o medio vacío?

El proverbio popular dice que una persona optimista ve una botella media llena donde una persona pesimista ve la misma botella medio vacía.

¿Nuestra perspectiva mental puede entonces, ante una misma realidad, hacernos sentir emocionalmente más o menos afortunados o desgraciados? ¿Ante la misma realidad?

Una buena explicación nos llega desde la teoría transaccional del estrés, que entiende a éste como el resultado de un proceso de interrelación entre nosotros y nuestro ambiente o contexto, donde la interpretación personal o subjetiva es la que aporta a las situaciones que vivimos, una determinada condición o valor (Coronado-Hijón, 2021).

Una fortaleza mental ante el desánimo

El optimismo y la esperanza se incluyen dentro de lo que se denomina Fortaleza Mental (Mental Toughness) y que se ha definido como “una colección de valores, actitudes, emociones y cogniciones que influyen en la manera en la cual un individuo accede, responde y evalúa eventos exigentes para de forma consistente lograr sus metas” (Gucciardi, Gordon & Dimmock, 2009, p. 54). Analizaremos brevemente como funciona esa fortaleza ante el desánimo.

El optimismo es una autoexpectativa personal positiva en relación con nuestro afrontamiento de sucesos y eventos de manera satisfactoria. El optimismo como disposición personal, ha demostrado su relación con estados de ánimo positivo, mayor satisfacción vital, éxito escolar, profesional e incluso en el rendimiento de deportistas, un estado saludable y vida más longeva (Coronado-Hijón, 2021). El optimismo es, pues, una disposición de cada persona a ver más lo que tenemos y de lo que podemos disponer que lo que nos falta. Esa disposición a pensar de esa manera genera una emoción tan positiva como la esperanza.

El optimismo inteligente

Desde ámbitos no propiamente psicológicos se ha divulgado que basta con darnos mensajes y simplonas arengas positivas para mejorar nuestra esperanza. Algo realmente ingenuo, verán. ¿A que seguro que han escuchado esos populares mensajes de “todo va a ir bien” que nos dicen cuando la realidad se nos muestra bastante difícil y complicada? ¿Realmente, ese tipo de mensajes ayuda a alguien?, no creo. Y es difícil de creer que ayude a mejorar el ánimo porque este tipo de mensajes son absolutistas con el “todo y nada”, igual que cuando alguien pierde algo y le dicen “no pasa nada”. ¿Cómo que no pasa nada? Has perdido algo, eso es más real

Entonces, ¿el optimismo es ingenuo? Pues resulta que ese que encontramos, a menudo, desde ámbitos populares si es bastante ingenuo. Quieren funcionar como mantras mágicos más que psicológicos porque los pensamientos optimistas deben tener una perspectiva realista y no mágica. Por ello, los pensamientos optimistas deben formularse ajustados a la realidad, por ejemplo y con relación a los anteriormente citados, podrían reformularse como: “ya verás como habrá mejoría” o ante la pérdida “bueno, me lo he pasado bien intentándolo” o mensajes parecidos. Estos últimos son más creíbles por posibles realmente y por tanto desarrollan en nosotros una perspectiva de optimismo inteligente que incluyen, a menudo, posibles alternativas de mejora.

Por tanto, el afrontamiento optimista de situaciones o eventos estresores, supone la toma de decisiones personales de carácter cognitivo emocional, reduciendo los posibles sesgos de interpretación ingenua o catastrofista, para ampliar una apertura de perspectivas sobre la situación en la que se originan los sucesos estresores. Esa apertura de mirasfacilitará también la creatividad para ampliar nuestras posibilidades de disponibilidad de recursos de afrontamiento que abrirá paso a la emoción positiva de esperanza.

Cuando en nuestra manera de pensar e interpretar los sucesos vitales adoptamos un patrón determinado y muy constante, estamos estableciendo un estilo cognitivo, el cual, en interacción con los acontecimientos estresantes, determinará nuestra disposición de ánimo que si es negativa puede suponer una vulnerabilidad personal ante el desánimo y desesperanza.

En la desesperanza encontraremos a las personas con tendencia realizar atribuciones de causas inamovibles y globales, e inferir características y consecuencias negativas, ante eventos estresantes, desarrollan un estilo explicativo pesimista ante ese tipo de sucesos. Por contra, las personas que atribuyen las causas de los sucesos negativos a causas que pueden cambiar y específicas (que pueden identificarse y mejorarse o compensarse), y no atribuyen esos sucesos a características personales negativas amovibles, desarrollan un estilo explicativo optimista (Peterson & Seligman, 1984).

La esperanza inteligente

La Esperanza fundamentada en un optimismo inteligente consiste, en la costumbre de esperar que los malos eventos futuros no sean permanentes, globales e incontrolables, sino que sean temporales, locales y controlables.

Podemos recordar la oración de la Serenidad, atribuida en 1940, al teólogo, filósofo y escritor estadounidense de origen alemán Reinhold Niebuhr, citada en el libro; “Resiliencia; cómo sobreponerse a las presiones y a la adversidad psicosocial (Coronado-Hijón, 2021)”.

“Señor, concédeme serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar, fortaleza para cambiar lo que soy capaz de cambiar y sabiduría para entender la diferencia.”

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