Perdí mi corazón ¡Que alguien me explique por qué me siento así…!

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Perdí mi corazón ¡Que alguien me explique por qué me siento así…!

Todos hemos sentido en algún momento que hemos encontrado «nuestra media naranja», el «amor de nuestra vida» y hemos deseado que la relación con esa persona que sentimos tan especial, dure también para siempre. Pero la experiencia y las estadísticas demuestran que el amor eterno es más una excepción que una regla.

A lo largo de nuestras vidas tendremos que enfrentarnos con alguna que otra crisis sentimental y siempre ayuda saber que no somos lo únicos y que es normal pasarlo mal en esta situación.

Cuando una relación se acaba, por mucho que nos empeñemos en disimular nuestros sentimientos, el dolor que nos produce la herida, a cualquier edad, puede ser una de las experiencias más duras, más difíciles que podamos pasar.

Tristeza, apatía, cambios de comportamiento, frustración, culpa, rencor. Todos tenemos ciertos sentimientos y emociones relacionados con la ruptura. Sería preocupante no tenerlos. Son vivencias de desamor o shock sentimental que la gente suele llamar DESPECHO.

El despecho es inevitable. Su intensidad y duración pueden variar de acuerdo a la duración del vínculo, las causas que provocaron el alejamiento, el apego de cada uno y las consecuencias de la ruptura y de la forma en que se percibe y se vive el fin de la relación.

Al inicio, la crisis es la más grave, porque no se han desarrollado todavía los mecanismos necesarios para hacer frente a la situación. Aunque hay diferencias individuales, al comienzo son las emociones las que nos dominan y vivimos la ruptura con gran tristeza y culpa. Luego sentimos rencor y es al «otro» al que vemos culpable. Culparnos o culpar al otro son dos estados que pueden irse alternando mientras no vemos la realidad tal como es.

Contenido

El despecho es como el dolor de una herida que tiene que cicatrizar

En el DESPECHO, los sentimientos y emociones que conllevan las rupturas en la pareja al igual que las circunstancias que las rodean son muy semejantes a las que se experimentan con la pérdida de un ser querido. Por muy doloroso que sea, es un fenómeno normal con una evolución y sus fases. Es un período denominado DUELO, en el cual uno tiene que adaptarse a vivir y a ser feliz de nuevo sin la persona amada.

Ante la pérdida sentimos que nuestro mundo, nuestra vida, se transforma, ya nada es igual. Nuestros sentimientos tienden a determinar nuestro humor, nuestras actitudes y nuestras decisiones. Nos sentimos inmersos en un laberinto de confusión y angustia que pareciera no tener fin. Hay momentos en que nos sentimos mejor, pero llegan otros momentos en que vuelve la angustia y la tristeza.

Podemos sentir aturdimiento, represión, soledad, frustración, pánico, rabia, culpa, alivio, apatía, intranquilidad, cambios de humor, paralizamos nuestras actividades, desarrollamos la esperanza de una reconciliación o de una satisfacción. Sentimos desorganización y desesperación por la pérdida sufrida.

Tenemos síntomas de estrés como fatiga, insomnio, dolor de cabeza, pesadillas, problemas en el estómago, sensación de un nudo en la garganta. Desinterés, falta de concentración, no se para de hacer algo, apatía, imágenes que de pronto vienen a la mente sin quererlo, sin que nos demos cuenta y crean intranquilidad y angustia. Tenemos la sensación de oír o ver al ser amado sin que éste esté presente, sin quererlo, sin desearlo.

Con el paso del tiempo las emociones se tranquilizan y vemos las cosas de una manera mas realista.Vamos sintiéndonos más independientes, menos tristes, menos resentidos, menos culpables y vamos encontrando nuevas formas de disfrutar.

El duelo por la pérdida no se puede resistir. Es un proceso que va elaborándose poco a poco y no es fácil ni inmediato, ni tampoco es igual para todas las personas. Hay que asimilarlo, comprenderlo, aprender a superarlo. Es como el dolor de una herida abierta que tenemos que soportar, que necesita lavarse y curar para que comience a cicatrizar.

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No es fácil atravesarlo, pero es importante saber que como toda vivencia dolorosa, algún día pasará y será sólo un recuerdo, una cicatriz que probablemente molestará de vez en cuando.

Recuperarnos depende de nosotros mismos. Solo requiere de tiempo, energías y voluntad para resolverlo. Con el tiempo y la confianza que tengamos en nuestros recursos para salir adelante, aprendiendo a vivir sin la persona amada y abriéndonos a nuevas relaciones, poco a poco, la herida se irá cerrando.

Nos podemos demorar algún tiempo y esto depende de nuestra personalidad, de la intensidad y calidad de nuestros sentimientos, de las circunstancias que nos llevaron a la ruptura, del apoyo y comprensión que encontramos en amigos y en familiares, del poder comunicar nuestros pensamientos, nuestras ideas y sentimientos a los demás con libertad y confianza y sin temores. De poder afrontar y resolver los problemas que suceden al mismo tiempo y que podrían empeorar nuestra situación.

De enfrentar la realidad con autonomía, con libertad, aceptando nuestros errores y dificultades, sin idealizar a la persona, sin idealizar nuestra relación. Viéndonos a nosotros mismos tal como somos, sin afeites, sin poses.

Retomando nuestra vida, aceptándonos tal como somos, con nuestros defectos, con nuestras virtudes. Queriéndonos a nosotros mismos y abriéndonos a las oportunidades con fe y esperanza en el futuro, Perdonando y olvidando sin rencor, sin pena, sin culpa, volveremos a amar y a ser amados.

El estrés que nos causa el despecho

Los seres humanos necesitamos dar y recibir amor y apoyo emocional para poder desarrollarnos en forma saludable y provechosa, por ello requerimos de la unión y la compañía de una pareja y de la familia.

La ruptura de una relación amorosa es causa de tensión y malestar. El impacto emocional que esta situación causa en el individuo crea un estrés de grandes proporciones con reacciones emocionales, físicas y de comportamiento que son esperadas y son parte de un proceso al que llamamos duelo.

Nuestra forma de reaccionar ante los conflictos, problemas, demandas, peligros y situaciones que consideramos inesperadas, sorpresivas, adversas o dolorosas, viene determinada por una aptitud innata de lucha o huida, cuando los estímulos que nos llegan son interpretados como amenazantes o estresantes. Como reacción a esta percepción, se produce en nuestro cuerpo un estado de gran tensión nerviosa.

La reacción inicial (shock) ante una situación estresante es responder con temor, con un fuerte disgusto, frustración o con la determinación de luchar contra él. Los siguientes son los síntomas más evidentes cuando nos sentimos amenazados o estresados:

Las pupilas se agrandan para mejorar la visión; el oído se agudiza; los músculos se tensan para responder al desafío; la sangre es bombeada al cerebro para aumentar la llegada de oxigeno a las células y favorecer los procesos mentales; las frecuencias cardiaca y respiratoria aumentan; la sangre se desvía preferentemente hacia la cabeza y el tronco, las extremidades y sobre todo a las manos y los pies, los que se perciben fríos y sudorosos.

Ante estos síntomas, la persona tiende a responder con más temor y frustración o a luchar contra los síntomas. Esto le crea mayor tensión y mayor malestar y sobreviene en agotamiento.

Si no se libera al organismo de estos cambios ocurridos durante la fase de reconocimiento y consideración de la amenaza, el estrés se transforma en una reacción prolongada e intensa y se entra en un estado de estrés crónico que puede desencadenar serios problemas físicos y psicológicos.

El impacto emocional causado por la ruptura y la pérdida, genera en nosotros una serie de emociones y reacciones que van desde la fatiga prolongada y el agotamiento hasta dolores de cabeza, gastritis, úlceras, etc., pudiendo ocasionar incluso trastornos psicológicos.

Cuando uno se siente estresado y añade aun más estrés, los centros reguladores del cerebro tienden a hiper-reaccionar ocasionando desgaste físico, crisis del llanto, y potencialmente depresión.

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El estrés crónico puede producir: Aumento de la susceptibilidad a los resfriados; riesgo de problemas cardíacos, presión arterial alta, diabetes, asma, ulceras, colitis y cáncer; aumento del azúcar en la sangre; del colesterol y hay una liberación de ácidos grasos en la sangre; aumentan los niveles de corticoides; disminuye el riego sanguíneo periférico, disminuye el sistema digestivo.

Con frecuencia el estrés se asocia a trastornos psicológicos como la ansiedad y la depresión. También produce una incapacidad para tomar decisiones, sensación de confusión, incapacidad para concentrarse, dificultad para dirigir la atención, desorientación, olvidos frecuentes, bloqueos mentales entre otros.

Debemos prevenir entonces, el agotamiento y la enfermedad que nos podría causar el estrés ante una ruptura, una separación.

En esos momentos tan críticos, no te alarmes, no te desesperes, no aumentes más tensión a tu organismo. Acepta que las reacciones y cambios que estas experimentando. Son reacciones normales de tu organismo a una situación que sientes amenazante: «sobrevivir al fin de una relación».

Tranquilízate, son reacciones pasajeras que con tiempo y descanso irán desapareciendo.

Relájate. Mantén una conversación interna contigo mismo. Dile a cada músculo, a cada parte de tu cuerpo que se relajen. Recuéstate, cierra los ojos y toma un breve descanso. Ten paciencia y espera unos cuantos días para que tu organismo se recupere y los síntomas desaparezcan.

La ruptura de una relación sentimental es un proceso doloroso que produce en nosotros reacciones a nivel físico, emocional, mental, espiritual y social. Tiene su inicio y su fin y es vivido de manera similar en todos nosotros.

Este proceso, llamado duelo, pasa por diferentes fases o etapas que necesariamente tienen que fluir para superar todas esas emociones, sensaciones y reacciones que nos causa el despecho.

Schock, negación, pena, tristeza, adjudicación de la culpa, resignación, reconstrucción y resolución, son fases de este proceso que detallamos a continuación:

1. Fase de insensibilidad o shock. Negación, parálisis

Cuando sobreviene la ruptura, nos paralizamos. La mente bloquea la realidad y tenemos la impresión de que no es verdad lo que nos está sucediendo. Se tiene la sensación y el pensamiento de que todo es un sueño o una pesadilla y se desea despertar.

Uno siente que no puede o no quiere aceptar la ruptura y nos desentendemos de la situación por un breve período de tiempo – pueden ser horas o semanas – con algunas interrupciones o con episodios de tristeza o cólera.

En este estado, incapaces de manejar adecuadamente nuestras emociones por el dolor que nos causa la herida, nos sentimos desorientados. Podemos reaccionar inadecuadamente a las situaciones, mostrarnos impacientes y poco tolerantes, tener explosiones de carácter, llanto o aislamos o alejamos de la vida social.

Nuestras emociones se manifiestan sin contacto real con lo que nos rodea y no se está en condiciones de tomar decisiones importantes. Vivimos, nos movemos, seguimos nuestra rutina diaria, nuestro estilo de vida en forma automática, pero con ansiedad y temor.

2. Fase de anhelo y búsqueda de la persona amada. Protesta, ilusión y esperanza

Al cabo de un tiempo, empezamos a enfrentar la realidad, aunque sea por momentos, pero no la aceptamos pues el desconcierto es profundo.

Anhelamos que la persona vuelva y nos negamos a aceptar que la ruptura o la pérdida durarán. «Esto no me está sucediendo… va a volver… se le va a pasar… es solo una rabieta… es mentira… ya volverá…», son pensamientos que surgen como mecanismo de autoprotección.

Es una fase de protesta en la que se puede realizar esfuerzos intensos por mantener contacto con el ser amado. Buscamos formas y acciones para restablecer la relación, y nos sentimos ansiosos, esperanzados. Sentimos anhelo, incredulidad no queremos aceptar la realidad.

Enfrentar la realidad no es fácil, nos lleva algún tiempo e implica no sólo la aceptación razonable del hecho, sino también su aceptación emocional. Podemos ser intelectualmente conscientes de la ruptura mucho antes que las emociones nos permitan aceptar plenamente que ésta ocurrió.

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3. Fase de Frustración y desamparo. Enojo y culpa

Comienza cuando la negación comienza a decaer y vamos aceptando que la ruptura ocurrió y que no podemos hacer nada para recuperar lo perdido.

Al empezar a afrontar la realidad, surge también la culpa. Se recuerda, con resentimiento, las cosas que se hicieron con el ser amado cuando aún estaban juntos. Se idealiza el pasado y se culpa y responsabiliza a uno mismo, al otro, a las circunstancias, a otras personas, por faltas, asuntos no terminados o errores que se cometieron. Nos sentimos enojados, molestos con nosotros mismos, con el otro y con los demás. Todo nos fastidia, todo nos molesta.

No todas las personas expresan el enojo o la rabia de la misma manera. Algunos podrán expresar sus emociones a personas de su confianza y así lograr manejar adecuadamente sus emociones, otros se sumirán en la tristeza, la depresión y hasta la desesperación, otros podrán reaccionar sin control y violencia, otros podrán reprimirla y manifestar síntomas más graves de estrés.

Si el enojo no se ventila y se expresa verbalmente, la culpa puede obstruir la expresión del enojo y transformarse en ira reprimida con consecuencias en la salud física y mental de la persona, perjudicando además sus relaciones con otras personas.

4. Fase de desorganización desesperanza y desespero. Conciencia de pérdida y soledad

Durante esta fase, el dolor que se sufre es el más profundo. La persona encuentra difícil funcionar en su medio sin el otro y comienza a sentir una gran desorganización
El impacto de la ruptura se torna en una realidad constante. El sentimiento de pérdida se apodera del ánimo del despechado. La realidad llega a ser abrumadora y se acentúa cada vez que los detalles cotidianos traen el recuerdo de la persona amada. Algo está ausente, algo falta… El enfrentamiento con la realidad nos crea sentimientos de pérdida y de soledad.

Durante esta fase, sentimos que es difícil vivir, actuar como lo hacíamos antes, funcionar en nuestro medio sin la otra persona y comenzamos a sentir una gran desorganización.

Nos sentimos enfermos, confundidos, culpables por la ruptura o las circunstancias por las que sucedió la separación. Nos sentimos incapaces de funcionar como lo hacíamos antes.

Soñamos con la persona amada, presentamos olvidos frecuentes, nos sentimos amargados, frustrados, reaccionamos con hostilidad. Nos aislamos, tratamos de evitar cosas, lugares, personas que nos hagan recordar a la otra persona. Presentamos trastornos del sueño, trastornos en la alimentación. Podemos presentar crisis de llanto, malestar corporal, depresión. Nada nos emociona, nada nos gusta, nada nos conmueve.

Vivimos además una gran variedad de emociones: tristeza, rabia, odio, culpa, ansiedad, impotencia, miedo e inclusive alivio o tranquilidad o deseos de venganza, de hacer algo para que la otra persona sienta lo que estamos sintiendo. Sentimos celos, desconfianza, inseguridad, faltos de valor, sentimientos de inferioridad. Nuestra autoestima baja y no sentimos que no somos nada ni nadie. Pensamos que no podremos vivir sin la otra persona. Es el enojo que surge por el sentimiento de frustración y desamparo que nos está causando el despecho.

Esta fase es peligrosa para el que sufre. Anhela llenar el vacío que siente. Se olvidan las faltas o defectos de la persona amada y se le atribuyen cualidades excepcionales. El peligro se da cuando el doliente transfiere esas cualidades a otra persona o cree que nunca encontrará otra persona como la que perdió.

Es necesario hacer fluir sanamente el dolor de la ruptura enfrentándola tal como se da, para así recobrarnos de la pérdida y de la soledad sin paralizarnos, sin reemplazar, sin generalizar, evadir o luchar contra el proceso.

5. Fase de conducta reorganizada. Alivio y restablecimiento

A medida que vamos fortaleciéndonos y restableciéndonos de la pérdida, volvemos a darle sentido a nuestra vida, vemos el futuro con más confianza y seguridad en nosotros mismos, gozamos más el presente. El recuerdo de la persona y de la ruptura se va haciendo menos doloroso.

Esta etapa se va desarrollando lentamente, mientras vamos aprendiendo a manejar nuestros sentimientos y emociones. Vamos sintiendo alivio al ir deshaciéndonos de la culpa y del enojo y vemos la ruptura, la situación tal como sucedió en realidad.

Empezamos a organizar nuestra vida, a sentirnos más cómodos viviendo, moviéndonos sin la otra persona –¡estamos viviendo nuestra vida sin el otro y seguimos viviendo!–. Con esto no estamos renunciando al recuerdo, estamos colocando a la persona en el lugar adecuado en nuestra memoria. Enfrentamos la realidad y continuamos viviendo de manera eficaz en este mundo.
El duelo, aunque nos disguste, debemos vivirlo. Es como la herida que si no se lava, se cura o se sana a medias va a presentar complicaciones y problemas en el futuro. Debemos dejar que el proceso fluya.

Nunca borraremos de nuestra memoria a la persona que ha estado cerca de nosotros, de nuestra historia. Se trata de encontrarle un lugar adecuado en nuestros sentimientos y abrirnos hacia los otros, hacia un mundo lleno de oportunidades y esperanzas.

La ruptura, la separación, el duelo, no se supera, uno se recupera y esto molesta de vez en cuando, como lo hace cualquier herida. Sin embargo habremos aprendido de la experiencia. A vivir sin la angustia, sin la culpa, sin el enojo, con nuestra realidad, nuestra personalidad, nuestros recursos, nuestro sentido de la vida, para nuevamente amar y ser amados.

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